Luis Hernández Navarro
Entre el 26 de julio y el 4 de diciembre de 1968 se produjo en México el sismo social urbano más importante de la segunda mitad del siglo XX. El epicentro se localizó entre los jóvenes estudiantes de instituciones de educación media y superior de la capital de la República y tuvo réplicas a lo largo y ancho del país. Cuarenta años más tarde, seguimos viviendo sus efectos.
A pesar de la violencia con que fueron sofocadas, las jornadas de lucha del 68 constituyeron, en su momento, la ruptura más relevante del sistema político mexicano en muchos años. Otros movimientos fueron vencidos por la fuerza y absorbidos por el sistema sin pagar grandes costos políticos. No así el movimiento del 68. Su represión generó una fuerte crisis de legitimidad y propició la formación de nuevos actores políticos opuestos a él.
Hoy, el mito del 68 se ha agrandado. Es el momento fundacional de una nueva etapa y el anuncio de la culminación de otra. Es una identidad, una experiencia de crisis que, más allá de la racionalidad, ha generado formas de acción y valores compartidos emotivamente, tanto por una parte de la clase política emergente como por una generación. En esa fecha se establecieron gran parte de los elementos que integran la conciencia pública del México actual. El 68 es no sólo un estado de ánimo, sino un estilo de vida en permanente resurrección.
Edecanes de la XIX Olimpiada Foto Hermanos Mayo/ Archivo General de la Nación. Cortesía de Ricardo Pérez Montfort. Tomada del libro Memorial del 68, editado por la UNAM
La protesta estudiantil tuvo alcance nacional. Afectó aproximadamente a cien universidades, normales, colegios, escuelas, institutos de enseñanza media y superior y centros escolares públicos y privados.
Los protagonistas principales de las protestas, aunque no los únicos, fueron jóvenes estudiantes. Muchos maestros desempeñaron un importante papel. Si bien existían organizaciones estudiantiles permanentes y militantes de partidos políticos de izquierda entre ellos, la gran mayoría de los participantes no tenía una experiencia política previa. La protesta surgió al margen de las organizaciones tradicionales de representación partidaria o gremial.
Los estudiantes organizados políticamente, que antes ya habían participado en luchas, desempeñaron un papel importante en el surgimiento y curso de la rebelión. Ellos habían desempeñado un papel importante en defensa de la Revolución Cubana y en contra de la guerra de Vietnam.
La movilización resumió decenas de luchas universitarias y educativas previas. Las normales rurales, amenazadas desde finales del sexenio de Adolfo López Mateos, lucharon por su sobrevivencia durante los años 60. Esa misma década estallaron conflictos universitarios en Guerrero, Puebla, Michoacán, Durango, Sinaloa, Sonora y Tabasco.
Durante casi cuatro meses y medio, los estudiantes se convirtieron en portadores de cuestionamientos y de ruptura con el régimen de la Revolución Mexicana. Su protesta fue más que una revuelta generacional contra la rigidez estructural que bloqueaba su movilidad social: fue el canal de expresión de una crisis profunda en la sociedad urbana. Muestra de ello fue el pliego petitorio de seis puntos que cohesionó su lucha, integrado por demandas no estrictamente estudiantiles.
Los blancos ideológicos de la revuelta fueron cuatro: el autoritarismo del Partido Revolucionaro Institucional (PRI), el presidencialismo, la ideología de la Revolución Mexicana y el imperialismo estadunidense. Además de la figuras de Emiliano Zapata, Francisco Villa y Ricardo Flores Magón, los jóvenes reivindicaron al Che Guevara, Mao Tse Tung y Ho Chi Min.
El movimiento auspició una nueva forma de pensamiento y de subjetividad política. Los estudiantes crearon sus propias tradiciones de lucha, forjadas al margen de partidos y organizaciones. Propició la emergencia de una cultura política radical, el encuentro entre jóvenes y los brotes recurrentes de malestar social. Dio carta de naturalidad a la consigna de formar una alianza obrero-campesino-estudiantil. Proporcionó una lección práctica sobre la naturaleza del Estado. El Estado como fuerza política única.
Durante la protesta todo ocurrió políticamente, pero ajena a la política tradicional. Lo político irrumpió más allá de una identidad social específica. ¿Hubo una transformación benigna de costumbres y modos de vida? Sí, y la política fue su vehículo de expresión.
La protesta estudiantil se construye en torno a tres experiencias organizativas centrales: el Consejo Nacional de Huelga (CNH), los comités de lucha y las brigadas.
Integrado por representantes de escuela, nombrados en asamblea y revocables, el CNH dirigió el movimiento. Los comités de lucha eran la instancia organizativa en cada escuela, responsables de organizar actividades y comisiones. Las brigadas estaban constituidas por grupos de afinidad, de entre cinco y 10 personas, generalmente las más combativas y militantes.
La revuelta estudiantil de 1968 propició una diáspora en la que muchos de sus participantes se involucraron en la construcción de proyectos políticos, sociales y culturales de izquierda en tres grandes polos: formación y fortalecimiento de partidos políticos progresistas, lucha armada y organizaciones populares de masas autónomas e independientes. El 68 favoreció el surgimiento de un nuevo tipo de intelligentsia, su marcha al pueblo y el desarrollo de una amplia variedad de movimientos sociales.
El movimiento del 68 fue un acontecimiento, en el sentido que Alan Badiou da al término. Fue algo excesivo, espinoso e imprevisible que propuso situaciones nuevas. Un suceso que alteró no únicamente la vida de quienes participaron en él, sino la de muchas otras personas más.
A 40 años de distancia, el discurso oficial sobre los hechos que veía un complot subversivo del comunismo fue derrotado, a pesar de que, en su momento, contó con todos los recursos para imponerse. No tiene credibilidad alguna. Los responsables de la matanza y la represión han sido moralmente condenados.
Se equivocan quienes se despiden ya del 68. Más allá de ser un aniversario más a conmemorar en el calendario cívico emergente, los 40 años del 68 son campo de batalla en contra del autoritarismo y momento de celebrar su victoria cultural. Son una ventana para asomarse a ver la historia que está naciendo. Lejos de ser una mera ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, esta conmemoración es parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando la memoria.
Entre el 26 de julio y el 4 de diciembre de 1968 se produjo en México el sismo social urbano más importante de la segunda mitad del siglo XX. El epicentro se localizó entre los jóvenes estudiantes de instituciones de educación media y superior de la capital de la República y tuvo réplicas a lo largo y ancho del país. Cuarenta años más tarde, seguimos viviendo sus efectos.
A pesar de la violencia con que fueron sofocadas, las jornadas de lucha del 68 constituyeron, en su momento, la ruptura más relevante del sistema político mexicano en muchos años. Otros movimientos fueron vencidos por la fuerza y absorbidos por el sistema sin pagar grandes costos políticos. No así el movimiento del 68. Su represión generó una fuerte crisis de legitimidad y propició la formación de nuevos actores políticos opuestos a él.
Hoy, el mito del 68 se ha agrandado. Es el momento fundacional de una nueva etapa y el anuncio de la culminación de otra. Es una identidad, una experiencia de crisis que, más allá de la racionalidad, ha generado formas de acción y valores compartidos emotivamente, tanto por una parte de la clase política emergente como por una generación. En esa fecha se establecieron gran parte de los elementos que integran la conciencia pública del México actual. El 68 es no sólo un estado de ánimo, sino un estilo de vida en permanente resurrección.
Edecanes de la XIX Olimpiada Foto Hermanos Mayo/ Archivo General de la Nación. Cortesía de Ricardo Pérez Montfort. Tomada del libro Memorial del 68, editado por la UNAM
La protesta estudiantil tuvo alcance nacional. Afectó aproximadamente a cien universidades, normales, colegios, escuelas, institutos de enseñanza media y superior y centros escolares públicos y privados.
Los protagonistas principales de las protestas, aunque no los únicos, fueron jóvenes estudiantes. Muchos maestros desempeñaron un importante papel. Si bien existían organizaciones estudiantiles permanentes y militantes de partidos políticos de izquierda entre ellos, la gran mayoría de los participantes no tenía una experiencia política previa. La protesta surgió al margen de las organizaciones tradicionales de representación partidaria o gremial.
Los estudiantes organizados políticamente, que antes ya habían participado en luchas, desempeñaron un papel importante en el surgimiento y curso de la rebelión. Ellos habían desempeñado un papel importante en defensa de la Revolución Cubana y en contra de la guerra de Vietnam.
La movilización resumió decenas de luchas universitarias y educativas previas. Las normales rurales, amenazadas desde finales del sexenio de Adolfo López Mateos, lucharon por su sobrevivencia durante los años 60. Esa misma década estallaron conflictos universitarios en Guerrero, Puebla, Michoacán, Durango, Sinaloa, Sonora y Tabasco.
Durante casi cuatro meses y medio, los estudiantes se convirtieron en portadores de cuestionamientos y de ruptura con el régimen de la Revolución Mexicana. Su protesta fue más que una revuelta generacional contra la rigidez estructural que bloqueaba su movilidad social: fue el canal de expresión de una crisis profunda en la sociedad urbana. Muestra de ello fue el pliego petitorio de seis puntos que cohesionó su lucha, integrado por demandas no estrictamente estudiantiles.
Los blancos ideológicos de la revuelta fueron cuatro: el autoritarismo del Partido Revolucionaro Institucional (PRI), el presidencialismo, la ideología de la Revolución Mexicana y el imperialismo estadunidense. Además de la figuras de Emiliano Zapata, Francisco Villa y Ricardo Flores Magón, los jóvenes reivindicaron al Che Guevara, Mao Tse Tung y Ho Chi Min.
El movimiento auspició una nueva forma de pensamiento y de subjetividad política. Los estudiantes crearon sus propias tradiciones de lucha, forjadas al margen de partidos y organizaciones. Propició la emergencia de una cultura política radical, el encuentro entre jóvenes y los brotes recurrentes de malestar social. Dio carta de naturalidad a la consigna de formar una alianza obrero-campesino-estudiantil. Proporcionó una lección práctica sobre la naturaleza del Estado. El Estado como fuerza política única.
Durante la protesta todo ocurrió políticamente, pero ajena a la política tradicional. Lo político irrumpió más allá de una identidad social específica. ¿Hubo una transformación benigna de costumbres y modos de vida? Sí, y la política fue su vehículo de expresión.
La protesta estudiantil se construye en torno a tres experiencias organizativas centrales: el Consejo Nacional de Huelga (CNH), los comités de lucha y las brigadas.
Integrado por representantes de escuela, nombrados en asamblea y revocables, el CNH dirigió el movimiento. Los comités de lucha eran la instancia organizativa en cada escuela, responsables de organizar actividades y comisiones. Las brigadas estaban constituidas por grupos de afinidad, de entre cinco y 10 personas, generalmente las más combativas y militantes.
La revuelta estudiantil de 1968 propició una diáspora en la que muchos de sus participantes se involucraron en la construcción de proyectos políticos, sociales y culturales de izquierda en tres grandes polos: formación y fortalecimiento de partidos políticos progresistas, lucha armada y organizaciones populares de masas autónomas e independientes. El 68 favoreció el surgimiento de un nuevo tipo de intelligentsia, su marcha al pueblo y el desarrollo de una amplia variedad de movimientos sociales.
El movimiento del 68 fue un acontecimiento, en el sentido que Alan Badiou da al término. Fue algo excesivo, espinoso e imprevisible que propuso situaciones nuevas. Un suceso que alteró no únicamente la vida de quienes participaron en él, sino la de muchas otras personas más.
A 40 años de distancia, el discurso oficial sobre los hechos que veía un complot subversivo del comunismo fue derrotado, a pesar de que, en su momento, contó con todos los recursos para imponerse. No tiene credibilidad alguna. Los responsables de la matanza y la represión han sido moralmente condenados.
Se equivocan quienes se despiden ya del 68. Más allá de ser un aniversario más a conmemorar en el calendario cívico emergente, los 40 años del 68 son campo de batalla en contra del autoritarismo y momento de celebrar su victoria cultural. Son una ventana para asomarse a ver la historia que está naciendo. Lejos de ser una mera ceremonia luctuosa o el recordatorio de una derrota, esta conmemoración es parte de un ensayo general para construir otro país. Es el futuro refrescando la memoria.
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