La derecha mexicana tiene miedo tras el avionazo en el que murió Mouriño, y el país se halla frente al riesgo de una mayor derechización del régimen ante sus fracasos en todos los órdenes.
1. La trágica muerte del empresario español Juan Camilo Mouriño, quien ocupaba ilegalmente el cargo de secretario de Gobernación desde el 15 de enero, al desplomarse el avión Learjet en el que venía acompañado de José Luis Santiago Vasconcelos, supuesto zar antidrogas y hombre de confianza de Washington, la tarde del martes 4, ha sumido al gobierno de facto, y en particular a Felipe Calderón, en una situación crítica, y ha generado un sentimiento de apanicamiento en amplios sectores de la derecha que, ante la posibilidad de un atentado ven con estupor la torpeza y debilidad del gobierno ilegítimo.
2. La desaparición de Mouriño tiene graves consecuencias para Calderón, pues él era quien detentaba las claves para el proyecto transexenal del que la prensa ha llamado “el gobierno de los amigos”: era su pieza clave para someter a Fox a través de su padre (prestanombres del ex presidente), su principal vínculo con el PP y los empresarios españoles, su hombre de confianza en los negocio del grupo, el negociador de los acuerdos con los priístas y el grupo de los chuchos y, como si fuera poco, el responsable de las principales funciones del gobierno.
3. La importancia de Mouriño era tal que para muchos era él, y no Calderón, “el número uno del gobierno”, lo que explica las reacciones. Un columnista se preguntaba por eso horrorizado: “¿Quién tiene el control del Estado? ¿Está en manos de alguien más que no sea el gobierno…?” Porque si fue atentado –agregaba, reflejando el sentir empresarial– “este país está en una de las peores crisis de su historia reciente” (Milenio, 5 de noviembre).
4. Los funerales “de Estado” del “español que se ganó la confianza de Calderón” –como lo llamó el diario madrileño El Mundo el día 5–, organizados ayer en el Campo Marte, no fueron por tanto un acto civil de duelo, sino un intento más por acallar con huecos ditirambos los señalamientos que se han multiplicado contra el gobierno por corrupción y complicidad con el crimen organizado, y que en las últimas semanas se habían dirigido particularmente a Mouriño por sus actos de enriquecimiento ilícito aprovechando sus cargos y por su interés personal en privatizar Pemex, y a quien ya muerto ha buscado una vez más exonerar.
5. Las dos versiones que se manejan sobre lo acontecido muestran en todo caso las dificultades que se presentan en lo inmediato al gobierno de facto sin Mouriño para tomar decisiones, y en este caso para indicar cuál va a ser el resultado de “la investigación”, al margen de la que sea la verdad. Si se presenta como “un atentado” de algún cártel, como pretenden hacerlo las agencias estadunidenses que se han adueñado de la investigación con la tolerancia del salinista Luis Téllez (titular de la SCT), se convalidaría lo correcto de la estrategia de violencia impuesta por Bush a Calderón, pero se haría ver al gobierno como fracasado. Si se dictamina que fue “un accidente”, como insiste desde ahora en hacerlo el propio Calderón, se les evidenciaría a él y a sus colaboradores como ineptos, al margen de que se hallarían en otro brete, pues nadie les creería.
6. La muerte de Mouriño es también un golpe duro para el grupo de los chuchos, que gracias a un plan auspiciado desde Gobernación se venían apoderando del PRD y de “la izquierda” institucional. En el desfile como plañideras de Jesús Ortega y de sus subalternos Navarrete, Graco y Lupillo Acosta en la Gayosso o el Campo Marte, no ocultaron hallarse en la orfandad, como los cuauhtemistas uncidos a ellos, esperando a quién poder cobrarle la factura por su respaldo a la contrarreforma petrolera de octubre, que entrega áreas significativas de la industria a las trasnacionales en traición al legado de Lázaro Cárdenas. Mouriño, dijo Calderón en el aeropuerto, logró “que México avanzara en muchas de las muy importantes reformas”, pues logró establecer “un clima de negociación”: “una relación de respeto con las diversas fuerzas” y “la generación de acuerdos que se tradujeron en importantes reformas legislativas”, reiteró ayer en las exequias.
7. El gran peligro del escenario actual es por consiguiente que ante la gravedad de la crisis económica y social que se ahonda y la debacle política que la acompaña, el gobierno de facto se vuelque abiertamente a un mayor endurecimiento e incluso a una fascistización. La oración fúnebre pronunciada ayer en el Campo Marte por un Calderón que no podía ocultar su desamparo, y en la que dijo que por “muy larga” que sea “la noche” de su propia adversidad “un día vendrá la luz”, e insistió en que él y Mouriño pactaron juntos romper “las sombras” de México, tiene resonancias mussolinianas que nada bueno auguran.
8. La disputa por el despacho de Bucareli y por el control del Estado en el futuro inmediato se estará dando en los próximos días entre quienes integran “el gobierno de los amigos” y los que representan a la compleja coalición de fuerzas nacionales y extranjeras de la reacción que asaltaron el poder en 2006, y los primeros no tienen ya las de ganar: antes de cumplir dos años el sexenio, parecen haber perdido por completo la posibilidad de seguir disponiendo del aparato estatal.
9. El proyecto de la derecha ha avanzado en los últimos cinco sexenios, reconvirtiéndose brutalmente el Estado posrevolucionario para dejarlo en una serie de aparatos destinados a servir a intereses facciosos, y esto ha proseguido durante los dos años de la administración de Mouriño-Calderón (2006-2008), en la que si bien no se logró mucho a juicio de los economistas neoliberales, sí por el contrario se han obtenido logros significativos en el proyecto de la derecha de apoderarse del aparato estatal, y ese proceso es el que las trasnacionales y los grandes capitales privados temen se detenga en la etapa post Mouriño; de ahí su desasosiego.
10. La derecha mexicana tiene miedo tras el cúmulo de acontecimientos económicos y sociales que se han sucedido vertiginosamente en pocas semanas, y el gran riesgo para el pueblo es que la disputa de las elites, crispadas por la crisis y por todo lo que el avionazo significa, reaccionen con nuevas políticas antinacionales y antipopulares y con golpes de autoritarismo, por lo que el compromiso del pueblo de defender a México debe ser cada vez mayor.
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